La mirada, es un de los guiones inéditos que escribir por encargo para Jorge Carmona, un director peruano que admiro y que se transformó en uno de mis mejores amigos. Comparto aquí un texto de Jorge que ilustra de una manera detallada el proceso de su búsqueda que generosamente me permitió acompañar y una breve sinopsis de la historia, probablemente uno de mis guiones preferidos.

“El proceso de escritura de MARTÍN CHAMBI: La mirada fue arduo y placentero,  se inició con una simple aspiración, la de poder contar algún día su historia, en ocasión de un viaje de un guionista argentino, Enrique Cortés a Cuzco coincidimos en una admiración común por su obra allá por 2011. A partir de allí, abordar su mundo se limitó a recorrer incansablemente sus fotografías esperando que finalmente la oportunidad se revelara.

Hacia principios del 2012, organicé un con Enrique para empezar a transitar el camino, y allí el anhelo comenzó a tomar una forma decisiva, tuvimos una serie de entrevistas con Teo Chambi, quien generosamente nos abrió las puertas de su estudio y nos permitió acceder a su preciado tesoro, la serie de negativos originales de sus obras más reconocidas, y tuvimos además el privilegio de observar algunas inéditas que se están recuperando en el proceso de puesta en valor de este importante patrimonio cultural peruano. Allí vimos sus cámaras, sus equipamientos, el mobiliario en el que realizó sus retratos, pero, fundamentalmente, conocimos su calidad humana a través de un testimonio cálido y esclarecedor, el de su hija Mary, su vida cotidiana, su presencia, el amor por su trabajo y sus amigos, la devoción por su familia.

Desde allí recuperamos un amplio archivo que incluía el conjunto de todos los recortes periodísticos que el mismo había guardado, y sus míticas libretas, donde gran parte de la intelectualidad peruana había dejado un importante testimonio, finalmente, la lectura de los textos que se escribieron en relación a su obra, terminaron de completar el camino que nos enfrentaría a la escritura del guión.

El itinerario no fue sencillo, la vastedad de su vida y su obra, nos enfrentaba a una cronología que probablemente no daría cuenta de otra cosa que una fría cronología, una visión abstracta de su proceso de producción tal vez se limitaría a un mero ejercicio de la vanidad. En esos territorios transitaron las primeras versiones hasta llegar a un punto ciego, finalmente en el segundo semestre del 2012 arribamos a una posibilidad narrativa que nos llevó al guión definitivo,  empezar a pensar el film como una fotografía, un instante decisivo en su vida que permitiera que por detrás, como en un gigantesco fuera de campo, su vida se dejara proyectar.

En síntesis, encontrar su mirada.

En cada foto de MARTÍN CHAMBI podemos apreciar la cualidad de su exposición, detenernos en su cuidada composición, buscar detenidamente un improbable rostro borroneado, dejarnos llevar por cada textura inverosímil e interpretar cada rostro como un retrato desnudo e impúdico de un tiempo histórico.

Su vida ha sido abordada desde múltiples encuadres, todos son ricos y deslumbrantes, su archivo, su legado, su reportajes, su biografía, su técnica, sus exposiciones, sus viajes, su familia, sus cuadernos, el retrato final es siempre diverso, pero irreversiblemente igual a si mismo.

Todo es posible en ese universo interminable, pero la tentación más irresistible es estar allí, habitar su mirada, ser por un instante él mismo. MARTÍN CHAMBI, LA MIRADA propone un abordaje imposible y tal vez impertinente, hacerlo objeto de un relato a partir de un instante fundacional,  anecdótico, quizás el menos explorado de todos.

Cuentan que hacia los primeros años del siglo XX, MARTÍN CHAMBI  y se desempeñaba como vendedor de bebidas alcohólicas en la Mina de Santo Domingo que entonces era propiedad de capitalistas norteamericanos. Dicen que en esa oportunidad, conoció a dos fotógrafos ingleses junto a los cuales descubrió el misterioso mundo de la fotografía.

Con mayor o menor precisión su biógrafos oficiales y oficiosos dan cuenta de ésta momento iniciático, en algunos casos se trata de un solo fotógrafo, a veces el vendedor de bebidas es su padre, a veces no, la historia real se pierde en las imprecisiones que el tiempo deja como hilachas para alimentar la leyenda.

MARTÍN CHAMBI, LA MIRADA no quiere llenar es vacío, no es un discurso histórico, no trata de agotar la interpretación de cada indicio, no quiere arrumbar una versión precedente. pretende ser una foto, determinar su quién, su cuando, su dónde y componer un cómo.

En cada fotografía de MARTÍN CHAMBI hay una liturgia técnica y fundamentalmente humana que carga de sentidos cada exposición, uno puede imaginar cientos de caminos que llevaron a ella, todos son verdaderos. La dignidad de sus retratos, la dignidad que transmiten sus retratos, sean de quienes sean, nos ofrecen otro invisible, la del hombre capaz de transitar mundos encontrados, hostiles e irreconciliables, su mirada es algo más que un inventario de una realidad de época,  es una lección urgente de humanidad.

Sobre esa foto probable, la de un niño en el filo perdido del siglo,  la selva y la sierra, se construye una realidad plagada de intereses colectivos y personales, el incipiente germinar de ideas liberadoras, las corporaciones, la desigualdad, el gamonalismo, el paisaje, la tradición, en cada uno de esos universos se formalizó su particular forma de ver la realidad, la suya, la de los suyos, la de los otros.

Hay tantos “Chambis” habitando sus fotografías y todos son tan cristalinamente verdaderos: sea en una excursión con su familia, fumando en las alturas de Carabaya, montado en una motocicleta, confundido en medio de una banda musical, bailando en un patio colonial, con su poncho raído en las inmediaciones de Coaza, con su pincel en su estudio-fortaleza, o recortado en la ventana de Machu Picchu.

Pero hay una de sus múltiples versiones que posee una fuerza arrolladora: Su Autorretrato de 1923, allí está él, recortado en la negrura de su retoque prodigioso, iluminado apenas por los brillos de una cubeta enlozada que le dan a su rostro una implacable pureza andina, vestido con una prolija corbata y enfundado en un traje que le calza perfecto, mientras sus manos sostienen con amorosa delicadeza un negativo inmediato que clausura cualquier oportunidad de pensar un presente.

¿Quién es el verdadero? ¿Cuándo decidió tomarla? ¿Dónde lo hizo? ¿Cómo lo logró? Cualquiera de éstas preguntas puede abrir un rosario de respuestas académicas, razonables e indiscutibles, pero esa no es la tarea del artista, sino del biógrafo.

La tarea del artista es trascender esas precisiones necesarias y buscar otra, pensar  por ejemplo, que no hay uno solo, que hay otro que le exige que encuentre ese lugar imposible donde la luz se derramará sobre la oscuridad que nos agobia. 

MARTÍN CHAMBI, LA MIRADA quiere jugar ese juego y habitar humildemente esa mirada, creemos que finalmente lo hemos logrado, casi tres años después, tras un largo camino, está frente a nosotros la oportunidad de abrir el obturador, y dejar que esa historia se llene de luz, y que a partir de ella, la obra de uno de los peruanos más destacados de nuestra historia se imprima en la memoria colectiva de todos nuestros compatriotas”

JORGE CARMONA


SINTESIS ARGUMENTAL

Corren los primeros años del siglo XX al oriente del Perú, en las alturas de Carabaya la Mina de Santo Domingo es uno de los tantos emprendimientos que el capital extranjero ha establecido en el país bajo el amparo del orden conservador. En un modesto dispensario de bebidas que empasta de olvido a los pobres mineros trabaja Martín Chambi, quien con solo catorce años sostiene en ese sufrido empleo la esperanza de no terminar como tantos rindiendo su vida al socavón.

Allí es testigo, día tras día, de cómo los magros salarios que han convenido en los contratos de enganche se filtran a los bolsillos de los miserables intermediarios. Cada semana, cuando la exige el inventario, se marcha con la mula de su patrón para buscar los insumos necesarios hasta Paco Pacouni, cada viaje es un pequeño recreo a su rutina  de encierro, sin embargo en una ocasión dos extraños personajes han llegado a la mina, no tardará en saber que son Ingleses y que ejercen una profesión casi impronunciable, son fotógrafos.

Maxim Ford es uno de ellos, es un hombre de gesto adusto y postura solemne, y no parece estar a gusto a merced de tanta naturaleza, Roy Easdale, su compañero, se comporta como un verdadero aventurero.Han sido contratados por uno de los propietarios de la mina, Mr, Harding para quien tomarán unas vistas panorámicas y uno retratos para certificar lejos de allí el alcance de sus posesiones.

Poco a poco, merced a su pequeña astucia, Martín comienza a ganarse la confianza de Easdale quien lo invita a acompañarlo para cargar con los pesados trastos fotográficos, la jornada, resulta reveladora para Martín que a partir de allí no pensará en otra cosa que aprender ese misterio que habita la caja de luces.

Todo parece estar pese a que persiste la desconfianza de Ford hacia su persona, Easdale en cambio se siente a gusto con su compañía, y lo invita a la casa de huéspedes para que aprenda algunos rudimentos básico, sin embargo el capataz de la mina, Mamaní comienza a presionarlo para que se mantenga lejos de los gringos, Martín se la arregla para escapar entre viaje y viaje y compartir algunos momentos con los fotógrafos hasta que Mamaní le prohíbe que pase al área de huéspedes.

Todo parece derrumbarse en los planes de Martín, sobre todo cuando los rumores de una rebelión de mineros separa aún más los dos sectores de la mina.

Días después cuando ya casi ha perdido las esperanzas, Easdale le pide a Mamaní que les “preste al muchacho” ya que ambos fotógrafos deben viajar a Sicuani para retratar a Mr Harding en la casa de un poderoso hacendado, Léonidas Luna, un clásico representante de la burguesía cuzqueña que vela por los intereses del norteamericano. Al fin Martín tendrá su oportunidad en una larga travesía que irá mellando la entereza de Ford a quien Martín deberá socorrer en varias ocasiones.

Llegados a Sicuani, Martín no puede contener su asombro nunca ha estado tan lejos de su Coaza natal y cada novedad le resulta deslumbrante, en la comitiva de Mr Harding viaja una bellísima mujer, María Luisa, que será retratada por Ford a pedido del magnate.

En el banquete de bienvenida Easdale, que también se ha deslumbrado con María Luisa, inicia un coqueteo con la limeña que no pasa desapercibido por Mr Harding, ni por Ford que se enfrenta con su compañero por la actitud que pone en peligro el contrato con su empleador. Easdale debe llamarse a un breve ostracismo, y Ford elige a Chambi para que lo asista durante la sesión de fotos, por primera vez Martín puede ver a Ford en su ámbito, es un fotógrafo delicado, con gran conocimiento y control sobre el proceso y pese a que no hablan el mismo idioma, pueden encontrar un lugar común en la pasión por lo que uno hace y el otro quiere hacer.

De regreso a Santo Domingo, Martín ya no es el mismo, el viaje iniciático, las experiencias vividas, la aceptación de Mr. Ford y la convicción de que eso será lo que quiere hacer para el resto de su vida lo ha transformado en un joven aplomado y seguro de si mismo, está convencido que podrá finalmente dejar atrás la amenaza del socavón.

El mejor momento de su vida, se transforma de improviso en el peor, la rebelión de los mineros se ha producido y a uno y otro lado del cerco que divide los mundos se velan armas y temores. La situación es complicada y Mamaní le prohibe que vuelva al territorio de los mineros, Martín está ahora del otro lado, mientras los aprestos para apresar a los cabecillas del alzamiento son cada vez más inminente.

En esa noche oscura y poblada de presagios, Martín se entera de los planes de los represores. Solo una cerca lo separa de alguno de sus destinos posibles, una advertencia de Mamaní que es también un consejo  lo pondrá frente a una encrucijada de hierro, tal vez si retorna a su lugar de origen nunca podrá regresar al lugar que hoy ocupa. Quien sabe, todo puede ser misteriosamente mágico a los ojos de Martín Chambi.